El fin de una era

Welcome back, queridos travelers!  Y, antes de empezar, disculparme la ausencia. Prometo que volverá a pasar.

¿Qué os voy a contar acerca de las vueltas al hogar que no sepáis? Para hacerlo corto diré que ésta en concreto ha tenido sus turbulencias, el aterrizaje ha sido forzoso y el Jet Lag un poco demasiado agresivo. Una delícia.

Pero centrémonos en lo que nos interesa, en lo feliz: la culminación de un gran viaje.

Os abandoné en alguna calle de Wellington, a punto de comenzar el festival Cuba Dupa. ¡Y qué festival, dos míos! Ha sido mi favorito, sin lugar a duda. Las calles, ya de por sí increíbles, preciosas e inspiradoras, se vistieron de luz y color (como en la canción), de música, de arte, de gente con ganas de pasarlo bien y consiguieron convertir a Wellington en un lugar aún más mágico si cabe. Compartimos espacio con unas cafeterías con un aire de burlesque, una gran carpa de circo y cientos de cojines de colores salpicando el suelo. Con una furgoneta como recién sacada de una película americana de los ochenta como camerino, nos enfundamos en nuestros trajes victorianos para comernos el primer show. El público no pudo ser mejor: entregado, atrevido, divertido, generoso… y con un regalo final en forma de aplauso que hacía pensar que cada persona tenía al menos cinco pares de manos para aplaudir.

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Tras el show del sábado disfrutamos de la noche en el festival. Y, de nuevo, no pudo ser mejor: conciertos en cada esquina, puestos con comida escandalosamente buena, gente vestida siguiendo el movimiento steampunk, mojitos por todas partes, risas, melenas al viento y a vivir el momento. Fue esa noche cuando descubrí que una de mis sensaciones favoritas en el mundo se hacía posible cuando viajaba: bailar como nadie te estuviera mirando (o, lo que es lo mismo, bailar en un país donde nadie te conoce y donde nadie te recordará).

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Feliz como una perdiz me fui a mi suite de persona ricachona-hasta-el-punto-de-dar-asco, con una chocolatina Hershey’s en mano como guinda para un día perfecto.

Y al día siguiente tuvimos el último show de la gira por Australasia, donde nos hicieron sentir tan especiales como el día anterior, y una última noche, esta vez más íntima, donde pude despedirme del gran hallazgo Wellingtoniano: Julia, una alemana con un corazón gigante que se convirtió en alguien muy, muy especial en apenas unos días. Los travellers sabéis perfectamente de qué hablo. Entre cafés, risas y charlas pasó la noche, con apenas tres horas por delante para poder dormir antes de coger un avión rumbo a

Sydney!

Y allí estaba Cecilia, mi princesa Neoyorquina, esperándome con los brazos abiertos y ese brillo en los ojos tan especial que la caracteriza. Después de un breve paseo en coche por la ciudad y un rápido vistazo que me bastó para enamorarme, llegamos a su barrio, Balmain, donde pude instalarme y descansar un poco. Después nos fuimos a hacer un brunch a un sitio precioso llamado Kafeine y a dar un paseo por esa zona. Bajo una lluvia torrencial, que siempre le da una calidad «Desayuno con diamantes» al asunto. Pero sin gato.

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Después me fui rumbo a la ciudad a encontrarme con Lana, mi roomie Maltesa/Australiana que ha vuelto a su ciudad natal para, entre otras cosas, hacerme el viaje aún más feliz teniendo la suerte de disfrutar de su presencia. Me llevó a un sitio genial llamado Lentil as Anything, con un punto hippie (entiéndase hippie/australiano y no hippie/perroflauta), donde comías lo que querías pagando lo que creyeras justo o lo que te fuera bien. Había gente leyendo, trabajando, tocando el ukelele, cantando, escribiendo y, por supuesto, comiendo. En eso andábamos Lana y yo. En eso y en mitad de una conversación apasionante, de esas que tienes con personas que hace muchísimo que no ves, que las encontraste siendo una persona distinta y con las que te reencuentras para descubrir que sigue siendo lo mismo, que el tiempo es subjetivo y que siguen teniendo esa brillante capacidad de sacar la parte de ti que conocieron. Y te hacen sentir de una forma maravillosa. Recorrimos New Town, el nuevo barrio de moda de Sydney y, cuando lo hubimos inspeccionado por completo, cogimos el tren rumbo al centro de la ciudad, a sentirme como una auténtica turista contemplando el Java Bridge y el Opera House, rodeada de golondrinas y turistas. Y, bueno, igual que cuando pisas por primera vez Times Square visitando Nueva York, cuando estás delante del Opera House eres realmente consciente de dónde estás: en la otra punta del mundo, en la gran Sydney.

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Después del momento turista de cámara en mano y fotos volando, permití que me arrastraran de nuevo hacia New Town, a tomar un barreño de zumo natural donde podría haberme bañado o metido los pies si hubiese hecho más calor. Madre mía, estos australianos no tienen medida. Después llegaron Cecilia y Roberto (su encantador prometido italiano) para cenar juntos en un mejicano genial donde nos pusimos las botas. Y, acto seguido, nos dirijimos a Mesina, una heladería increíble situada en Surry Hills, la más famosa de Sydney, con unas colas que dan la vuelta a la manzana, a seguir poniéndonos como el Kiko. Gordos, pero felices, nos fuimos rodando a casa, a recuperar las al menos diez horas de sueño que me pedía el cuerpo a gritos.

A la mañana siguiente Lana me vino a buscar a casa y a llevarme de compras al centro de la ciudad como a una reinona, porque ella es como mi Richard Guere versión australiana (pero sin ella ser hombre ni yo ser una mujer de la calle), y a visitar a Cecilia a la salida de su trabajo. Me fui con mi princesa Neoyorquina a comer al Organic Market About Life de Double Bay (recomendadísimo, porque también te pones como el Kiko por poquísimos pedazo de dólares australianos), dimos una vuelta por la zona e hicimos algún shopping que otro y, cuando a Cecilia le tocó volver al trabajo, yo me cogí un bus como buena insider y me fui a explorar George St, St Marie’s Cathedral y el Hyde Park.

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Después me encontré con Eleni, una de mis amigas Neoyorquinas a las que hacía muchísimo tiempo que no veía, y también fue estupendo reencontrarse con ella después de tantos años. Y, una vez más, el tiempo fue algo relativo. Y la charla algo maravilloso. Me llevó a un restaurante en el que sus dumplings se ganaron una estrella Michelin pero que, aún así, es bastante asequible. El local se llama Din Tai Fung y está en el centro de la ciudad. También muy recomendable. Y también te pones como una foca del sur de Nueva Zelanda. Después de la copiosa cena nos fuimos dando un paseo hasta Surry Hills para, como no, volver a Mesina y rematar la noche. Eleni me enseñó gran parte de Sydney, los teatros, las callejuelas… un verdadero tour alternativo. Y, unas horas después, volví a casa a morir de nuevo en el sofá de la preciosa Cec.

En mi tercer día en la ciudad tuve la oportunidad de tener la mañana para mi sola, así que decidí coger un ferry que recorre gran parte de la costa de Sydney, pasando muy cerca del Opera House y el Java Bridge y que ofrece unas vistas espectaculares.  Después de los paseos fotográficos y las compras de rigor, me fui en autobús a recoger a Cecilia y, de allí, nos fuimos a comer a Earth to Tableun restaurante de comida orgánica donde tienen pasteles increíbles aptos para veganos. Y están buenos. La magia existe. Después nos fuimos a una playa genial, Camp Cove, donde pudimos pasear y meter los pies en el agua sin tener que esquivar culos de turistas. Y con unas vistas del skyline de sueño. Finalizamos el día con unas hamburguesas catalogadas como las mejores de Sydney (no sin razón) en Chur y nos fuimos a casa a disfrutar de una noche de chicas con Friends, pinta uñas, mascarillas y guerra de almohadas.

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La mañana del cuarto día tuve el privilegio de disfrutar de Cecilia toda la mañana haciendo el Costal Walk, un paseo por las playas más conocidas de Sydney, en el que sudas y andas como si se fuese a acabar el mundo. Terminamos con un tipiquísimo Fish & Chips en la playa y, de allí, fui a reunirme con Lana para un último paseo solas por la ciudad. Nos lo pasamos en grande: comimos fresas con chocolate, nos fuimos al Sephora a ponernos mil potingues (allí lo acaban de abrir y Lana descubrió ese día que podías probarlo TODO gratis. Y se volvió completamente loca.), nos reímos con historias y anécdotas… ¡toda una despedida! Después nos fuimos al Opera House Bar a esperar a todos los amigos neoyorquinos que querían o encontrarse o despedirse de mí. Allí no me faltó ni un minuto una copa que llevarme a los labios ni una risa con la que alegrarme la cara. Fue una noche increíble, recordando viejos tiempos y poniéndonos al día de los nuevos. La mejor despedida posible, sin lugar a dudas.

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Y, de traca final para el último día de viaje, Cec me llevó a las Blue Mountains. Y me encantaría deciros que fue preciosa y que pasé the time of my life, y quedaría precioso en un blog de viajes. Pero lo cierto es que, para disgusto de mi cuaderno de bitácora, era el día con más niebla que he vivido y no vi ABSOLUTAMENTE NADA. Ni cascadas, ni blue, ni mountains, ni nada de nada. Pero nos reímos tanto que valió totalmente la pena. Y, siguiendo la tónica del viaje, nos fuimos a ponernos como dos ballenas comiendo Café con Scones en uno de los mejores sitios que hay en las Blue Montains: Cafe Madeleine. Después no tuvimos más remedio que volver a casa, acabar de hacer las maletas y prepararme para las veinticuatro horas de vuelo que me esperaban esa noche. Pero no sin antes despedirme de algunos de mis NYC mates y de una cena inolvidable en el mejor japonés en el que he estado hasta la fecha, Unoya, con mis dos amores australianos: Cecilia y Roberto. Y, con la panzita llena de sushi, me fui rumbo a casa, un tanto triste (como siempre que acaba una gran aventura) por dejar a un sitio inolvidable y a gente maravillosa atrás pero también feliz por reencontrarme con mis amores barceloneses.

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Y… ¡eso es todo amigos! Espero haberos podido transmitir un pedacito de Adelaide, New Plymouth, Horrorauckland, Wellington y Sydney a través de mis posts y que lo hayáis pasado bien visitando estas ciudades increíbles a través de la pantalla de vuestro ordenador. Un gracias enorme a aquellos travelers que siempre tienen la maleta preparada para compartir aventura conmigo, no olvidéis que en menos de veinte días nos vamos a la siguiente: BÉLGICA, a actuar y a pasarlo en grande así que… ¡tener preparado el pasaporte! ¡Nos vemos en nada, compañeros de viaje! 😉

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